Habría que empezar por determinar a qué se refiere el tropo ‘espacio público’, así como buscar los modos de entendimiento sobre lo que el término ‘público’ indica. ¿Es lo público un proceso de constitución de realidad construido a partir de un consenso generalizado sobre las condiciones de esa realidad, es un cliché ‘democrático’ de las instituciones que se aseguran, con el término ‘público’, de aparentar la representación de una comunidad determinada cuando actúan de hecho en favor de un conglomerado económico privado, o es, en definitiva, una apropiación de la lógica mediática efectuada a partir de los valores de la imagen espectacular? Es decir, ¿son lo público y el espacio público condiciones reales, o son más bien representaciones de una realidad que se pretende jugar a partir de la imagen? ¿No se construye lo público más en el disenso y la fricción que en el consenso habermasiano? ¿Qué pasa si no queremos vivir “todos del mismo lado”?
Y lo digo porque, cuando se inauguró hace dos años el evento arborizarte, ustedes recordarán, se invadieron calles y plazoletas de Bogotá con esos muy cuestionables productos artísticos, y nadie protestó, siendo que estos objetos, además de feos, yo diría inmundos, eran peligrosos. Sí, como lo oyen, peligrosos. O ¿muchos no eran pedazos de lata retorcida u oxidada con cortes irregulares y grandes puntas que atacaban a los transeúntes? ¿Dónde estaba la defensoría del espacio público para retirar esos objetos que invadían el espacio, entorpecían el desplazamiento y ponían en riesgo la vida de niños, ancianos y caminantes desprevenidos? ¿No estorban en los andenes los paneles del Fotomuseo? ¿No se quebraron muchos comerciantes establecidos, de los que pagan impuestos, por cuenta de la instalación de bolardos a lo largo y ancho de la ciudad?
Andenes para la gente. Y la gente es la que está en la calle, la que necesita comer a diario algo más que eso que le toca al coronel garciamarquiano en el último párrafo de un libro. Andenes para la gente. ¿Cuántos de ustedes, quienes tengan hijos, los dejarían jugando en un andén, digamos, en la carrera décima con veintidós, ya que el andén es para la gente y la gente parece empezar a ser, en este debate, ese grupo social que tiene solucionadas sus necesidades básicas de vivienda, recreación y alimentación? ¿Cuántos de ustedes pretenden luchar por ese derecho a solazarse en plena vía pública y desierta? ¿Acaso sólo es gente la que se siente violentada porque la apretujan o la rozan en el andén, porque le arrugan el vestidito de paño con los empujones en transmilenio, los que andan solitos en sus carros con los vidrios arriba y el estéreo a toda para que el mundo no los perturbe y gentuza fea no les hable ni les robe la cartera o el celular? ¿Qué es ‘gente’? ¿Cuántos de los que reclaman su espacio público salen los domingos a pintar con caballete escenas callejeras cual parisinos paseistas? Entonces, no sólo todo lo anterior, sino ¿para qué el dichoso espacio público? ¿Quieren un espacio público muerto? ¿Andenes para la gente como los de la Cabrera, Santa Bárbara o el Polo (por supuesto no el democrático), por los que no pasa nadie?
El señor Fernando Lecaros dice que el comercio callejero sólo favorece, como máximo, a un millar de potenciales desempleados, con lo que comprueba que no ha pasado por la trece con séptima últimamente, ya que sólo allí, en esa cuadra, puede haber alrededor de 200 personas ofreciendo servicios y productos diversos, sin contar por supuesto a los esmeralderos. Apenas las familias de esos 200 ‘ambulantes’, como él los llama, suman fácilmente 1000. Señor Lecaros, ¿está escribiendo desde Davos?
¿Por qué los ‘árboles’ de arborizarte se podían ofrecer en plena vía pública, si también tenían un fin comercial? ¿Es que las viudas de los policías, con todo respeto, sí pueden obtener de la calle lo que les está prohibido a los vendedores informales? ¿No patrocina una multinacional de productos fotográficos al fotomuseo, y no es eso entonces actividad comercial en espacio público? ¿No se hizo la campaña ‘Exprésate’, de la ETB, a partir de imágenes de vendedores ambulantes, payasos de restaurante y estatuas humanas, todos potencialmente prohibidos por el código de policía? ¿Acaso estas personas pueden existir como imagen exótica neutralizada por la publicidad corporativa pero no como protagonistas de una disputa por la supervivencia real?
Lo peor de todo, señor Lecaros, es su pretensión estetizante, por la que quiere tener una ciudad ‘limpia’ y ‘bonita’, esperando que la mera ausencia de gente pobre actúe el milagrito. Si a Bogotá le dicen la Atenas suramericana tal vez sea porque sólo es ruinas. ¿Cree usted que por fuerza de ley se van a solucionar problemas tan serios de configuración urbana, marginalidad y justicia social?
Lo que pone don Fernando en escena es la voluntad de mantenimiento de una relación hegemónica de poder, hoy por hoy imposible y destinada entonces a desaparecer, frente a unas prácticas emergentes de resocialización y aprovechamiento de las ciudades, que cada vez cobran más fuerza. Hacia el año 2015, el 80% de la población mundial vivirá en apenas 15 ciudades, y si no estoy mal, Bogotá es una de ellas. Proyectos arquitectónicos como Mutaciones, en el que participa, entre otros, el arquitecto Rem Koolhass, ponen sobre la mesa la inminencia de estos fenómenos de habitación urbana, ineludibles y desesperados, a los que ninguna administración distrital de ninguna ciudad en el mundo les podrá hacer frente de una manera eficaz. Pero sí la gente que migra y sufre la calle, como lo demuestra la explosión demográfica en ciudades como Lagos o Mumbay (antes Bombay), donde habita el 15% de la gente pobre del planeta y que, a pesar de no contar con la mínima infraestructura, ha podido vivir allí a punta de ingenio, organización social y mucha observación del entorno.
Entender estos fenómenos en términos de Inserción, tal cual Cildo Meireles en los 70, o como Zonas Autónomas Transitorias, según la noción acuñada por Hakim Bey, nos permite ver el problema como formas de producción de signos, en organizaciones sociales unidas a partir de contingencias específicas, y gracias a la aplicación de lógicas de diseminación viral pasadas al campo de la supervivencia económica y la supervivencia a secas.
Ver en los andenes el pollo transgénico (con orejas de conejo), el rallador de papa multiusos, los afiches de tetas de millos y nacional, las camisetas chinas y los cd’s de Reggaeton a $2000 eficientemente ofrecidos por personas que consiguen lo que uno necesita con apenas un silbido, que saben cuándo desaparecer porque llegó el camión de la policía y que pueden rearmar sus tenderetes con una agilidad increíble, me habla más de la ciudad del futuro, de las condiciones de unas nuevas formas de solidaridad para la supervivencia, y del mundo en general, que los desteñidos arbolitos de lata de los que se ufanan las administraciones distritales, los gestores culturales y los artistas en general.
Comprar pilas sqny y sacos Tony Falcony me hace sentir parte de una ciudad viva, que flota gracias a una economía de signos manejada con maestría, y que logra agruparse eficazmente para sacar adelante un proyecto común de la vida real, sin espectáculos, modulaciones empresariales ni intervención institucional en apoyo de dignidades heridas y retardatarias.
Den una vuelta por el centro, compren chucherías hasta ahora inexistentes y vean a “la Bogotá que queremos” con los ojos del mañana. Señor pasajero: pague con sencillo, siga por el pasillo y cuide su bolsillo.
Con cariño, Paquita.
Y lo digo porque, cuando se inauguró hace dos años el evento arborizarte, ustedes recordarán, se invadieron calles y plazoletas de Bogotá con esos muy cuestionables productos artísticos, y nadie protestó, siendo que estos objetos, además de feos, yo diría inmundos, eran peligrosos. Sí, como lo oyen, peligrosos. O ¿muchos no eran pedazos de lata retorcida u oxidada con cortes irregulares y grandes puntas que atacaban a los transeúntes? ¿Dónde estaba la defensoría del espacio público para retirar esos objetos que invadían el espacio, entorpecían el desplazamiento y ponían en riesgo la vida de niños, ancianos y caminantes desprevenidos? ¿No estorban en los andenes los paneles del Fotomuseo? ¿No se quebraron muchos comerciantes establecidos, de los que pagan impuestos, por cuenta de la instalación de bolardos a lo largo y ancho de la ciudad?
Andenes para la gente. Y la gente es la que está en la calle, la que necesita comer a diario algo más que eso que le toca al coronel garciamarquiano en el último párrafo de un libro. Andenes para la gente. ¿Cuántos de ustedes, quienes tengan hijos, los dejarían jugando en un andén, digamos, en la carrera décima con veintidós, ya que el andén es para la gente y la gente parece empezar a ser, en este debate, ese grupo social que tiene solucionadas sus necesidades básicas de vivienda, recreación y alimentación? ¿Cuántos de ustedes pretenden luchar por ese derecho a solazarse en plena vía pública y desierta? ¿Acaso sólo es gente la que se siente violentada porque la apretujan o la rozan en el andén, porque le arrugan el vestidito de paño con los empujones en transmilenio, los que andan solitos en sus carros con los vidrios arriba y el estéreo a toda para que el mundo no los perturbe y gentuza fea no les hable ni les robe la cartera o el celular? ¿Qué es ‘gente’? ¿Cuántos de los que reclaman su espacio público salen los domingos a pintar con caballete escenas callejeras cual parisinos paseistas? Entonces, no sólo todo lo anterior, sino ¿para qué el dichoso espacio público? ¿Quieren un espacio público muerto? ¿Andenes para la gente como los de la Cabrera, Santa Bárbara o el Polo (por supuesto no el democrático), por los que no pasa nadie?
El señor Fernando Lecaros dice que el comercio callejero sólo favorece, como máximo, a un millar de potenciales desempleados, con lo que comprueba que no ha pasado por la trece con séptima últimamente, ya que sólo allí, en esa cuadra, puede haber alrededor de 200 personas ofreciendo servicios y productos diversos, sin contar por supuesto a los esmeralderos. Apenas las familias de esos 200 ‘ambulantes’, como él los llama, suman fácilmente 1000. Señor Lecaros, ¿está escribiendo desde Davos?
¿Por qué los ‘árboles’ de arborizarte se podían ofrecer en plena vía pública, si también tenían un fin comercial? ¿Es que las viudas de los policías, con todo respeto, sí pueden obtener de la calle lo que les está prohibido a los vendedores informales? ¿No patrocina una multinacional de productos fotográficos al fotomuseo, y no es eso entonces actividad comercial en espacio público? ¿No se hizo la campaña ‘Exprésate’, de la ETB, a partir de imágenes de vendedores ambulantes, payasos de restaurante y estatuas humanas, todos potencialmente prohibidos por el código de policía? ¿Acaso estas personas pueden existir como imagen exótica neutralizada por la publicidad corporativa pero no como protagonistas de una disputa por la supervivencia real?
Lo peor de todo, señor Lecaros, es su pretensión estetizante, por la que quiere tener una ciudad ‘limpia’ y ‘bonita’, esperando que la mera ausencia de gente pobre actúe el milagrito. Si a Bogotá le dicen la Atenas suramericana tal vez sea porque sólo es ruinas. ¿Cree usted que por fuerza de ley se van a solucionar problemas tan serios de configuración urbana, marginalidad y justicia social?
Lo que pone don Fernando en escena es la voluntad de mantenimiento de una relación hegemónica de poder, hoy por hoy imposible y destinada entonces a desaparecer, frente a unas prácticas emergentes de resocialización y aprovechamiento de las ciudades, que cada vez cobran más fuerza. Hacia el año 2015, el 80% de la población mundial vivirá en apenas 15 ciudades, y si no estoy mal, Bogotá es una de ellas. Proyectos arquitectónicos como Mutaciones, en el que participa, entre otros, el arquitecto Rem Koolhass, ponen sobre la mesa la inminencia de estos fenómenos de habitación urbana, ineludibles y desesperados, a los que ninguna administración distrital de ninguna ciudad en el mundo les podrá hacer frente de una manera eficaz. Pero sí la gente que migra y sufre la calle, como lo demuestra la explosión demográfica en ciudades como Lagos o Mumbay (antes Bombay), donde habita el 15% de la gente pobre del planeta y que, a pesar de no contar con la mínima infraestructura, ha podido vivir allí a punta de ingenio, organización social y mucha observación del entorno.
Entender estos fenómenos en términos de Inserción, tal cual Cildo Meireles en los 70, o como Zonas Autónomas Transitorias, según la noción acuñada por Hakim Bey, nos permite ver el problema como formas de producción de signos, en organizaciones sociales unidas a partir de contingencias específicas, y gracias a la aplicación de lógicas de diseminación viral pasadas al campo de la supervivencia económica y la supervivencia a secas.
Ver en los andenes el pollo transgénico (con orejas de conejo), el rallador de papa multiusos, los afiches de tetas de millos y nacional, las camisetas chinas y los cd’s de Reggaeton a $2000 eficientemente ofrecidos por personas que consiguen lo que uno necesita con apenas un silbido, que saben cuándo desaparecer porque llegó el camión de la policía y que pueden rearmar sus tenderetes con una agilidad increíble, me habla más de la ciudad del futuro, de las condiciones de unas nuevas formas de solidaridad para la supervivencia, y del mundo en general, que los desteñidos arbolitos de lata de los que se ufanan las administraciones distritales, los gestores culturales y los artistas en general.
Comprar pilas sqny y sacos Tony Falcony me hace sentir parte de una ciudad viva, que flota gracias a una economía de signos manejada con maestría, y que logra agruparse eficazmente para sacar adelante un proyecto común de la vida real, sin espectáculos, modulaciones empresariales ni intervención institucional en apoyo de dignidades heridas y retardatarias.
Den una vuelta por el centro, compren chucherías hasta ahora inexistentes y vean a “la Bogotá que queremos” con los ojos del mañana. Señor pasajero: pague con sencillo, siga por el pasillo y cuide su bolsillo.
Con cariño, Paquita.
1 comentario:
Orale, buena pagina para los fans de paquita la del barrio XD
Publicar un comentario